La toma de
decisiones es un proceso usual en todo ser humano, estamos habituados a
cuestionarnos hasta el más mínimo detalle del quehacer en cada momento de
nuestra vida. A la mayoría de estas decisiones se les dedica poco tiempo,
incluso son tomadas de forma automática o nos dejamos guiar por lo que
sentimos, pero hay casos en los que no es viable tomar una decisión así. La
toma de decisiones puede definirse en función de los tres elementos que la
conforman:
-Múltiples
alternativas o posibles soluciones al problema de decisión.
-Criterios de
decisión, que pueden ser objetivos, basados en modelos preestablecidos, o bien
subjetivos, condicionados por las cualidades del decisor.
-Resultados
inciertos, es decir, reacciones cuantificables asociadas a cada alternativa,
pero que al depender de factores ajenos al decisor resultan imprevisibles.
Nuestras vidas y también las
organizaciones de las que formamos parte
dependen de dos factores: las decisiones
que tomamos y el entorno. El entorno son todas
aquellas circunstancias que nos rodean y sobre las que no tenemos ningún
control, no tenemos manera de influir
sobre ellas.
Cualquier
gerente, directivo, empresario o mando intermedio de una empresa o persona que
esté al frente de un negocio o de un grupo humano, se ve inexorablemente
obligado a tomar decisiones continuamente. Aunque, con frecuencia, no sea
consciente de ello, las cosas son así. Hay que elegir caminos, seleccionar
personas, dar órdenes, elaborar programas, planificar acciones y mil cuestiones
más continuamente.
Pero la toma de decisiones en la empresa y, más
concretamente, en la dirección de la misma tiene su complejidad y precisa
ciertos requisitos para ser correcta y efectiva. Tomar decisiones por capricho
o sin la menor racionalidad es tan fácil como equivocado. Pese a ello, todos
hemos conocido o hemos sufrido ese tipo de jefes que tomaban sus decisiones sin
el menor raciocinio y objetividad. Esa actitud errática y sujeta, con
frecuencia, al humor o, más bien, al malhumor o mal carácter es pésima para
dirigir al personal y para la empresa.
La toma de decisiones exige reflexionar
cuidadosamente. Mucho o poco, eso dependerá de la naturaleza de lo que ha
de decidirse y del tiempo de que se disponga. Y aquí topamos con un problema
clásico en la dirección de una empresa o de un grupo de personas: la
inseguridad y la indecisión de quien ha de tomarla. Con más frecuencia de lo
que parece, el director, el gerente o el jefe que ha de decidir duda, vacila en
hacerlo. Y esto suele llevar a la tardanza en tomar la decisión o a no tomar
ninguna finalmente.
En las grandes
empresas o en los organismos administrativos públicos, con amplias estructuras
organizativas, con ascensos y ambiciones, con luchas por el poder y por subir
en la pirámide, muchos jefes miden minuciosamente sus pasos para no cometer
errores. E incluso para no hacer cosas o tomar decisiones que puedan perjudicar
su carrera profesional, administrativa o política. Suele decirse de estos que
actúan como linces, olfateando siempre las situaciones y viendo de donde sopla
el viento en cada momento. Buscando siempre qué les conviene a ellos hacer, más
que ver qué es bueno para la empresa u organismo al que pertenecen.
En mi experiencia
laboral que tuve en la Fábrica de la FIAT-IVECO
(Hoy FIAT POWERTRAIN), cada departamento, cada oficina a inicio del turno
laboral era un hervidero de reuniones privadas y no tantas, donde salían “expulsadas”
en altavoz las decisiones tomadas a veces tomadas obligatoriamente y contra el
tiempo. Lo anterior nos lleva a que hay que tomar decisiones aunque,
posteriormente, puedan aparecer elementos que de haberse conocido antes,
hubiesen cambiado el curso de aquellas. Siempre existe un riesgo al elegir un
camino, al decidir algo. En la vida de la empresa ese riesgo es el de
equivocarse en la decisión y que esto pueda traer consecuencias personales
negativas para quien tomó la decisión. Pero hay que saber asumir ese riesgo si
se quiere ser jefe o si se quiere mandar a un grupo humano cualquiera.
Una de las
características que suelen reforzar la
autoridad de un gerente, de un director o de un jefe, ante su gente, es la toma racional de decisiones. Y aún
más, cuando, en la medida de lo posible, se cuenta con la opinión y el consejo
de los demás. Y, por el contrario, pocas cosas deterioran más la autoridad y la
imagen de aquellos que una toma de decisiones vacilante, egocéntrica y sin
contar con nadie, oportunista o, sencillamente, inexistente. Concluiremos
señalando que la toma de decisiones que se pueden tomar en la empresa se relaciona
a las decisiones de administración, decisiones
de producción, decisiones de marketing y las decisiones financieras, y que
abarcaremos más adelante.
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